Pestañas

Sobre mí

miércoles, 16 de septiembre de 2015

El hombre de Bogotá


   La policía y el servicio de emergencia no la conmueven lo más mínimo. La voz del esposo suplicante no produce el efecto esperado. La mujer sigue en la cornisa, aunque amenaza que no será por mucho tiempo.
   Me imagino que me toca a mí persuadirla de que no se tire. Veo la situación y sucede así:

   Le cuento la historia de un hombre de Bogotá. Era un hombre rico, un industrial al que secuestraron para pedir un rascate. No era un drama televisivo; su mujer no podía llamar al banco y obtener un millón de dólares de la noche a la mañana. Le llevó meses reunir esa cantidad. El hombre tenía una afección cardiaca, y los secuestradores tenían que mantenerlo con vida.
   Escuche esto, le digo a la mujer de la cornisa. Sus captores le obligaron a dejar de fumar, le cambiaron la dieta y le obligaron a hacer gimnasia todos los días. Lo tuvieron así tres meses.
   Cuando se pagó el rescate y liberaron al hombre, su médico le hizo un chequeo. Comprobó que su estado de salud era excelente. Le digo a la mujer lo que entonces dijo aquel médico: que el secuestro era lo mejor que le podía haber pasado.

   Quizá no sea la historia adecuada para que alguien decida bajar de una cornisa. Pero la cuento con la intención de que la mujer que está subida en la cornisa se haga una pregunta, la pregunta que se le pasó por la cabeza a aquel hombre de Bogotá. Se preguntó cómo sabemos que lo que nos está sucediendo no es bueno.

El hombre de Bogotá. Amy Hempel

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